martes, 11 de enero de 2011

EL VERBO SE HACE POESÍA

REFLEXIONES SOBRE MI ESCRITURA


Siempre me han cuestionado sobre mi escritura, en qué pienso, cómo me inspiro, cuándo escribo, para qué escribo, qué es poesía, por qué le llamo poesía a lo que hago, etc. Muchas respuestas me vienen a la mente y puedo contestar a todas ellas.

Para mí el escribir tiene que ver con una forma de desahogarme, una forma de expresar en palabras escritas lo que no puedo de forma verbal. Escribo desde el deseo, desde la pasión que me provoca ese deseo de expresar a alguien en particular las cosas que siento y pienso. La inspiración versa en ello, voy construyendo a mis personajes a la medida de mis posibilidades, en ellos me recreo, me administro como ente enamorado, romántico y un tanto cursi para declarar lo que pudiera declarar si existiera. Por lo general acostumbro a escribir cuando me lo propongo, puede ser a cualquier hora del día, en cualquier instante, no necesito esperar a que las musas hagan su labor, creo que cuando uno decide escribir las musas son permanentes, no podemos darnos el lujo de dejarlas ir así como así, sino apreciar su valor para poder expresar lo que vamos construyendo sobre la marcha.

El inconsciente se apodera del deseo o el deseo de éste, es una relación simbiótica que hace crear la escritura, pero hay que estar conscientes de lo que uno desea expresar, no expresar sólo lo que viene a la mente con palabras que sólo uno entiende. Hay que escribir para los demás, es la única forma en que el poeta puede hacer valer su poesía, su trabajo artístico. Siempre he detestado a los que dicen que sólo escriben para sí mismos, eso sólo denota el miedo a la crítica, no están habituados a que la gente decida si le gusta o no, y es tan válido que les guste o lo rechacen, aún en el rechazo habrá encontrado el poeta una crítica por ser leído. Uno debe escribir para sí, claro, pero también para los demás. A mí me gusta que los demás sientan lo que yo siento, que vivan a través de mis palabras lo que ellos viven en sus vidas. Dibujo a pincelazos leves pequeños fragmentos de vidas ajenas y deseos de la mía, es ahí donde el lector y el poeta conviven, en un mismo personaje, el nombrado o el que nombra. La poesía se crea para ser leída no para guardarse en los armarios del pasado, donde se empolvan y envejecen, hay que considerar la posibilidad mínima que a alguien le guste tu trabajo.

La poesía marca un inicio, una etapa, un encanto de lo cotidiano, la forma en que uno lo expresa es donde radica la maravilla del arte como tal. Para crear poesía se necesita disciplina, lecturas, elaboración de un pensamiento autocrítico que te lleve más allá de lo que a ti te gusta. Hay que saber manejar el lenguaje al antojo del poeta, pero también hay que pensar en el lector, saber que comprende las figuras literarias, los tropos, su sintaxis y sus verdades contenidas ahora expresadas en palabras, aunque carezca de un estudios minucioso de ello. Considero que el desarrollo del poeta va más allá de escribir a diario, más bien va en irse formando como uno de los grandes, aunque en tiempo y espacio uno diste bastante de llegar a semejante cosa, pero no es imposible. Los grandes poetas no nacieron creando poesía, hay poesía buena y hay poesía mala, hay poesía refinada y hay poesía guarra, mucho depende de la subjetividad del lector, pero también depende de la perspicacia del autor para llevar al lector a una subjetividad más concreta, donde la interpretación sea una comunión entre todas las interpretaciones de cualquier lector.

Hoy en día, he considerado que no todo lo que versificamos se puede llamar poesía, no todas las líneas aisladas forman un poema; los poetas jóvenes tienen un potencial magnífico pero mal construido, escriben y plantean ideas muy buenas en una o dos líneas pero no manifiestan el sentimiento que debe evocar la poesía en sí. Lo que considero loable son las ganas de escribir, el hecho de hacerlo, pero no acepto que no se discipline, que no lea, que no busque formas distintas de decir lo que desea.

Mi escritura en particular tiene todos los nombres de todas las personas que han pasado por mi vida de alguna manera u otra; muchos esperados a que se queden, otros esperados a que se vayan, pero ahí están siendo actantes de lo que deseo expresar en la poesía, personajes indomables que me dan el amor y el desamor, el erotismo y el recato. Si pudiera hacer real a mis personajes con cada poema escrito sería el hombre más dichoso porque sabría que al pensarles, al dibujarles serían reales, pero eso es la poesía un ideal entre los ideales, un fantasma entre tus anhelos, un sentimiento entre los tantos ahogados.

Para mí la poesía es parte de mi vida, crecí leyendo a los grandes que evocaron en mí sus propios instintos, sus deseos, sus amores encantados y sus desamores enemigos. Lorca, Hernández, Storni, Benedetti, Sabines, Whitman, Shakespeare, Cernuda, Paz, Parra, Conde, Peri Rossi, Montemayor, etc. Cada uno de ellos me han llevado a descubrir en mí una forma de crear y recrear este sentimiento que me provoca al ser que me le declaro.

Lo triste y tantas veces patético es saber que la poesía está devaluada, que no adquiere valor ni emocional, mucho menos sentimental, que esas líneas escuetas hechas poesía dedicadas a alguien no cobran sentido en ellos, porque no comprenden, porque no desean comprender o quizá porque les parezca tan banal y tan superfluo un amor grabado en letras. La gente no lee poesía, no le gusta la poesía, a muchos les parece cursi a otros aburrido; mientras que hay unos cuantos que sí valoran su arte en sus vidas, pero son los menos.

Al final de cuentas el poeta se termina cuestionando qué hizo mal, en qué falló como poeta para no poder tener lo que siempre ha buscado, por no lograr que un personaje salga de esas líneas y se haga presente, por no encontrar a ese personaje en las calles reales de un abismo en presagio.
Cada vez que escribo un poema expreso para alguien en particular que hasta la fecha no ha sabido leerme, no ha querido leerme, no ha aprendido que antes que un hombre cualquiera soy su poeta.