¿Cuántas veces la gente va pasando por la vida diciendo lo que no desea decir y termina enmascarando el discurso para no “herir”?
Nunca falta el típico “no eres tú, soy yo” cuando de pareja se trata. Cuando alguien comienza a salir con alguien, a tener citas, a intimar con los otros de pronto cuando alguno de los dos no desea que la relación prospere o llegue a un clímax siempre existen una serie de frases célebres que funcionan para terminarla sin “herir”.
Existe el típico, “yo te llamo, eh”, después de una noche de pasión y como sólo fue un acostón termina por decirte que él o ella llamará, y esa llamada nunca llega, lo que realmente quiso decir es: ni lo sueñes, hasta aquí llegó, sólo fue una revolcada. Jamás te llamará porque alguna u otra razón no le interesaste. Otra típica frase es: “No busco nada sólo a ver qué sale” no es otra cosa que muero por coger. Y así, le gente va inventándose frases que hace sentir "mejor" a la otra persona porque no la hiere directamente. Si tan sólo fuésemos un poco más honestos y menos protocolarios nos evitaríamos muchas cosas.
Los dobles discursos están muy bien construidos y delimitados según la sociedad. Para nosotros los mexicanos tenemos un tono específico para decir tal o cual cosa, tal puede ser una misma palabra con diferente tono que a su vez dice otra cosa totalmente distinta, tomemos por ejemplo el vocablo. PUTO. Si estás entre compas, los hombres se pueden llamar puto sin ofensa alguna, “qué onda puto, cómo estás”, con un tono normal, suave, libre; existe otro ejemplo donde entre el contexto y la palabra quiere decir otra cosas, como el: “Hey puto ¿qué traes?” buscando un posible enfrentamiento y demás. Y el más común, el que sirve para definir a un homosexual de baja categoría que suele andar de cama en cama y muy bien definido con el estereotipo social: “Ese pendejo es puto”.
No hace mucho, estando en clase, una de mis alumnas se acercó diciéndome que no podía exponer porque el material de la exposición lo había dejado en el coche de su papá al llegar a la escuela, yo, sin voltear a verla, le dije: “¿Y qué quieres que haga?” sólo vi que la alumna se dio la media vuelta y se fue un poco triste. Me acerqué hacia ella y le volví a pregunta qué era lo que quería que yo hiciera, ella me vio, ya con ojos llorosos y me dijo: “es que no traigo el material para exponer”, “¿Y qué quieres que yo haga?”, en ese se le rodaron las lágrimas y me dijo: “Ves, pues es que cómo me estás contestando”. Entendí entonces que mi pregunta no era en sí la pregunta sino el tono que ella parecía percibir. Es común un típico “Qué quieres que haga” con una interpretación de: “A mí, qué chingados me importa”. Cuando entendí cómo estaba interpretando mi pregunta, le volví a pregunta, “A ver, chiquita, entiendo que no traigas tu material, dime, ¿cómo te puedo ayudar, qué quieres que yo haga por ti?”, al utilizar toda está serie de adjetivos y adverbios la alumna respondió al instante con una sonrisa dibujada “pues que me dejes exponer mañana”.
El mexicano es totalmente protocolario y el tono es esencial para nuestra interpretación. Somos muy dados a interpretar por el otro, o malinterpretar, “es que no quise decir eso”, “es que yo entendí lo otro”. Los que somos del norte del país, tendemos a ser muy directos y cortantes, por ejemplo cuando una visita inesperada llega a casa justo cuando estás comiendo. Por educación y amabilidad tendemos a ofrecer de comer, “gustas comer”, sólo nos basta una pregunta, una sola vez y si la persona responde con un no, pues para nosotros es no y ya. Sin embargo, aquel que conoce el interior de la República, es costumbre que cuando llegas a una casa en la misma situación mínimo te preguntarán de tres a cuatro veces hasta de que aceptes un “taquito”. Pero ese es el protocolo, es parte del mexicano, acá en el norte sólo una vez se llama a la mesa y a la cama, el que acepta pues va, y el que no pues se quedará con las ganas, sólo por no querer “verse” demasiado igualado o sinvergüenza. Por eso les digo a mis alumnas, cuando un chavo les pida coger, aquí en el norte sólo será una vez, si no aceptas, te chingas, para la próxima cuando les hagan este tipo de propuestas respondan con un: “va, nomás un taquito”.
Tratemos de ser un poco menos protocolarios y más directos, hagan la prueba con sus compañeros, amigos, familia, al principio notarán un rostro de asombro pero eso será divertido. Dejémonos de dobles discursos y aprendamos de nuestro lenguaje a utilizarlo como se debe. ¿Cogemos?
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