Hablar de la perfección del cuerpo humano siempre ha sido tarea de todo aquél que se atreve a admirar la belleza masculina o femenina sin importar su preferencia, sin embargo, estos temas cobran sentido aún más cuando hablar desde una preferencia sexual se le da el valor al cuerpo erotizado a partir del deseo y la pasión.
Dentro de nuestra cultura mexicana si bien el sexo ha sido un tópico tabú, hablar del erotismo es una aberración que no puede ser nombrada tan fácil como se puede apreciar, y terminamos por utilizar estos temas entre la gente de “mente pervertida”. El poder disfrutar el cuerpo del otro ya sea en imagen o en carne propia es un deleite que el cuerpo y la mente nos han regalado, y es ahí donde entra la preferencia de cada quien sin distinción de etiquetas, antes bien con la identidad de saber quién eres y qué disfrutas de la vida. La homosexualidad, hoy en día, ha terminado por verse como un tercer sexo, como una anormalidad, como una sociedad que se alimenta del pecado y de los bajos instintos, como lo llama la sociedad de mente pequeña: la iglesia, y los conservadores; sin embargo, es bien sabido que la homosexualidad ni es un tercer sexo, puesto que se trata de hombres y mujeres como únicos sexos que tienen gustos diferentes a lo que la norma dicta, y asimismo tiene las mismas necesidades de poder acariciar un cuerpo, una piel; tener entre sus manos, sus labios y su lengua la sensación exquisita de disfrutar lo que es placer. El erotismo lo hemos visto como un tema velado entre las creaciones artísticas, en canciones, en poesía, novelas, cuentos, cine, etc., pero qué hay de ese erotismo que se vive en las calles, en los bares, en las alcobas furtivamente abandonadas donde se desnuda el alma por aquel deseo inaudito de querer devorar el cuerpo que se asemeje a la idea que tenemos en mente, a poder disfrutar no sólo de las imagines que la mercadotecnia te impone y te vende a toda costa, sino de poder disfrutar de los cuerpos con la complexión y la belleza que le caracteriza, que lo mismo da un cuerpo grande a uno pequeño, a alguien joven que a alguien viejo, el cuerpo es cuerpo, la carne es carne y el erotismo es el erotismo desde el gusto de cada quien.
En el sentido estricto el erotismo no es más que la culminación de los placeres que las mujeres y los hombres tienen al contemplar y saborear el rincón escondido de los cuerpos en sus deleites. El erotismo es la sensación de arrancar el alma ese deseo escondido que se atreve a asomarse cuando se ve por encima de la ropa el cuerpo desnudo del otro, donde lo imaginas a tu lado acariciando la piel que habita, la piel que revienta en esa necesidad de una caricia urgente. Hablar del erotismo no debiera ser un tabú, mucho menos en la gente que ve más allá del cuadrito establecido por la sociedad y sus malas costumbres; el erotismo es de cada hombre y mujer que se atreve a vivirlo, ¿cómo puede la iglesia llamarle pecado cuando una Teresa de Ávila, una Sor Juana Inés de la Cruz, un Juan de la Cruz, manifestaban a través de su poesía aquella exaltación del sentimiento erótico velado por la realidad de un dios que se complacía en sus deseos?, o bien, ¿cómo pueden los conservadores ofenderse con tales temas cuando sus alcobas son violentadas de la misma manera en que ellos fueron concebidos bajos los instintos de esa pasión que le llaman procreación? El erotismo no es un tema que deba ser escondido para hablarlo a susurros detrás de las paredes, el erotismo es la viva imagen del hombre y la mujer en deseo, en ese deseo que va desde la mirada hasta una piel completamente desnuda. Éste debiera ser un tema que debiera tratarse desde educación primaria donde se le haga consciente al niño de su cuerpo, de su experiencia, de su posibilidad de experimentar el gusto por su cuerpo y el cuerpo del otro, que vaya generando expectativas en la eterna búsqueda de la verdad en el deseo, para que cuando llegue a una edad en la que desee experimentarla, sepa bien a bien lo que está por saber su cuerpo, lo que está por encontrar sus cinco sentidos, al tocar una piel, al verla, al escuchar la respiración de su contrincante, al saborear a través del gusto la delicia de aquella piel que desea, al oler ese humor tan peculiar que cada quien posee para guardarlo en la memoria como único hacedor de pensamientos sublimes.
El erotismo no es sólo de los heterosexuales, sino de todo aquél que se proclame como hombre o mujer cualesquiera sea su preferencia, sin importar condición física o estrato social, sin importar ideologías o creencias, sin importar cultura o nacionalidad. A estas horas en las que estas letras sean leídas millones de habitantes estarán disfrutando de ese erotismo tan propio y único que sólo puede ser de ellos mismos, ya sea en las alcobas que se encienden en la hoguera de una pasión, en las banquetas de un parque iluminado, en los coches escondidos entre las sombras, en los hoteles, en las cárceles, en los seminarios, en las escuelas y en los claustros, donde nos aguardan que nosotros seamos uno más que se sume a ese sentimiento de poder abrazar con la piel la del otro.
Hablemos del erotismo como hablar de política o religión pero con un sentido divertido, donde se pueda compartir las experiencias de los demás, donde se pueda ver la verdad de la otredad que anhela liberar las palabras no dichas y las acciones ocultas tras la sensación de sentirse vivos. Hablemos del erotismo como un tema cotidiano que hable del clima, de la calentura de los cuerpos cuando se acercan a otros, y de ese poder mágico que puede llegar al amor mismo. El erotismo no es la pornografía ligera de los homosexuales ni de los heterosexuales de mente abierta; el erotismo es del hombre y de la mujer que se atreve a vivir sin mayor remordimiento que el de no haber podido ser erotizado por la pasión de sus instintos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario